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viernes, 13 de enero de 2012

"decían que no podría enseñar y hoy soy supervisora"

Inés Enjo

Es supervisora escolar del área «Ciegos», la primera en América Latina que, siendo ciega, ejerce ese cargo. Egresada del Instituto Superior del Profesorado en Educación Especial y de la Escuela Normal Superior N.º 7 José María Torres.

Fue maestra de grado y maestra especial de Estenografía y Braille en la EEE Gral. Manuel Belgrano; en la EEE para Disminuidos Visuales N.º 35 José Manuel Estrada, y en la EEE N.º 33 Santa Cecilia, donde también fue vicedirectora. Es directora titular de la EEE para Formación Laboral N.º 37 Francisco Gatti. Entre otras distinciones, recibió la «Declaración de Beneplácito del Honorable Senado de la Nación» en 1997.

¿Cómo realizó el recorrido de la educación común a la especial? ¿Cómo llega específicamente a la educación para ciegos?
Estudié en la Escuela Normal Superior N.º 7 José María Torres en la década de los setenta, cuando era una institución muy exigente. La base de mi formación y de mi carrera está allí, en esa escuela del barrio de Almagro. Cuando terminé y quise seguir estudiando, me decidí por el Profesorado de Nivel Inicial en el Sara Eccleston. Me encontré con que había muchas docentes inscriptas, y no pude ingresar; así que casi por casualidad, elegí como segunda opción el Profesorado de Discapacitados Visuales. Y así fue como llegué a estudiar para ejercer la docencia en una Escuela de Ciegos. Dios sabe lo que hace, porque eso fue lo que me permitió seguir ejerciendo años más tarde cuando fui perdiendo la vista.

Institucionalmente, ¿fue difícil ejercer cuando perdió la vista?
Sí, muy difícil. No era como ahora, que muchas personas que no ven están contempladas en la legislación y pueden hacer el Profesorado de Ciegos. En aquel momento, teniendo a cargo alumnos ciegos, mi estabilidad laboral corría peligro. Decían que yo como docente «no podía seguir enseñando al frente del aula porque ni siquiera podía corregir tareas o exámenes». Pero los alumnos que tenía entonces aprendían con el sistema Braille, y yo lo conocía porque era profesora de ciegos, ¡así que no tenían argumentos! Durante mucho tiempo, tuve que disimular que me estaba quedando ciega. Pensaba que, además de perder la vista, iba a perder mi fuente de trabajo. Entonces andaba por la escuela sin bastón, aprendiendo los caminos en silencio, a los tumbos por la calle. Fue muy difícil. Pero, gracias al esfuerzo, ahora soy Supervisora.

En ese momento, ¿alguien la estimulaba a seguir enseñando en la escuela?
Sí, por suerte la Directora de ese momento me apoyó mucho. Yo estaba en la Escuela Especial N.º 33 Santa Cecilia. Luchó mucho para que yo siguiera, porque desde la estructura de autoridades educativas «de arriba» la presionaban para que me sacara. Un día, por ejemplo, mandaron a alguien a observar mi clase, sin avisarme. Yo creí que era un practicante o un profesor que quería evaluar realmente mi trabajo pero, en verdad, era alguien que venía a labrar un acta para dejar sentado que yo no podía desempeñarme como docente. Aunque estaba aterrada, di mi clase como siempre. Cuando terminé, esa persona se acercó y me dijo: «La verdad es que no voy a poder dormir tranquila si miento sobre su trabajo; en el acta, voy a poner que está todo perfecto».

¿Rindió muchos «exámenes» de ese tipo?
Sí; muchas veces, los padres de mis alumnos tenían resistencias a que una docente ciega les enseñara a sus hijos. Pero yo los entendía: es difícil ser padre; y mucho más, de un chico discapacitado. Un padre no espera ser padre de un chico ciego; sobre todo, cuando ellos mismos ven y simplemente no entienden por qué. A veces, necesitan «responsabilizar» a alguien: «...mi hijo no aprende porque la docente es ciega y no le sabe enseñar». Es una forma de poner en el otro el sentimiento de fracaso y de aliviarse de tanto dolor. Pero también hubo muchos padres agradecidos que, hasta hoy, me saludan y me reconocen en la calle.

¿Cómo continuó su carrera?
Después de trabajar como maestra de grado, se produjo un interinato en la Vicedirección de la escuela y me correspondía a mí por puntaje. En esa ocasión, me replanteé muchas cosas; sobre todo, qué implicaba asumir un desafío de esas características. Pero ya había habido un cambio de mentalidad en el sistema educativo, y me ofrecieron que tomara el cargo. Y acepté. Desde entonces, siento que en mi carrera me estimularon mucho para que yo siguiera. De hecho, para ser directora, tuve que concursar con otras diez colegas que veían, y lo hice. Después de que concursé y gané, tuve que decidir en qué escuela y elegí la Escuela Especial N.º 37 de Ciegos, con Formación Laboral.


La otra opción era una escuela de disminuidos visuales, que me gustaba mucho porque implicaba trabajar con alumnos chicos y no con adultos. En verdad, me preocupé por sus padres y sentí que, en muchos casos, ellos iban a pensar que con una Directora ciega, ese sería «el futuro de sus hijos». Por eso, me pareció mejor elegir la escuela de ciegos directamente. Allí, los alumnos me recibieron muy bien, y el resultado fue alentador: los chicos y los padres sentían que yo a pesar de ser ciega, había llegado a ser Directora de una institución escolar, ellos sentían «que yo podía».

Cuando asumió como Directora, ¿cuáles fueron los desafíos?
Fueron muchos; yo venía de trabajar 28 años con niños y de encontrarme con adultos y, además, con la orientación de formación laboral, para mí era muy distinto. Me puse a estudiar mucho, me preparé especialmente, porque yo era la única docente ciega de esa escuela, y eso era «correr con desventajas». Yo tenía que poder demostrar que sabía hacer mi trabajo y ser lo suficientemente independiente, firme y eficiente.

¿Cuál es la receta para lograr ser todo eso?
¡No hay recetas, creo! O al menos... yo no la tengo. Lo que te puedo asegurar es que tengo muy buen humor, y eso ayuda mucho. Intento dejar la mochila con mis problemas afuera, porque la que traen mis alumnos ya es lo suficientemente pesada.

¿Recuerda especialmente a algún maestro?¿Por qué?
Un compañero en la Escuela Santa Cecilia, Carlos Silveyra. Él fue el único a quien me animé a decirle que me estaba quedando ciega. Entonces él me acompañaba hasta la parada de colectivo, pacientemente. Un día me trajo un bastón. Me pidió que lo usara y me aclaró que no era el bastón blanco típico de los ciegos. El que me había traído él era plateado, para que yo me fuera acostumbrando de a poco.

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