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martes, 13 de diciembre de 2011

La neurociencia española, a la cabeza del mundo Y los Ciegos Ven

El cerebro esconde potencialidades extraordinarias. No está lejos el día #en
que los invidentes puedan olvidarse del bastón y del perro. Lo que está
consiguiendo un equipo de investigadores en la Universidad Complutense pasma
y asombra.

Mamá... ¡veo!”. La madre de Ainhoa, de cuatro años, no podía articular
palabra. Solo lloraba.

A su alrededor, médicos e ingenieros pugnaban por contener alguna lágrima
rebelde. El doctor Ortiz tomó las riendas y se dirigió a la niña en tono
desenfadado.

-¡Venga ya, qué dices! ¿Cómo vas a ver, si tú eres ciega?

-¡Que sí, que veo!

-Y... ¿dónde? -era la pregunta clave, pero ni siquiera los más
experimentados neurocientíficos presentes esperaban la precisión de la
respuesta.

-Aquí...

La pequeña se llevó la mano izquierda a la cabeza y empezó a dibujar sobre
ella las mismas rayas que se le estaban dibujando en la mano derecha a
través de un estimulador. Tres meses de trabajo de sus padres y monitores,
entrenándola una hora al día todos los días (¡lo peor, mantener quieta su
mano traviesa!), habían dado resultado.

Para entonces, el equipo del profesor Tomás Ortiz en el Departamento de
Psiquiatría y Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid
estaba ya curtido en emociones fuertes.

No mucho antes le habían planteado a un voluntario ciego adulto, con quien
llevaban tiempo progresando, un desafío también lacrimógeno.

-David, ¿quieres ver a tu madre?

David no había experimentado ese gozo desde niño, cuando una grave
retinopatía le fue retirando paulatinamente la visión hasta dejarle a
oscuras.

Mamá viene despeinada

Ella acudió al laboratorio creyendo que su hijo iba a mostrarle algún nuevo
avance en el reconocimiento de formas geométricas en una pantalla. Sabía que
en la planta cuarta del pabellón 3 de la Facultad de Medicina se estaban
haciendo maravillas.

Era un día de verano. Se desplazó en coche con la ventanilla bajada, así que
entró con el pelo algo revuelto.

-Mamá, ¿por qué vienes tan despeinada?

La pregunta hizo que a su madre le temblaran las piernas... antes de agotar
un paquete de pañuelos de papel. La desarmó esa finura en la visión de su
hijo.

Fue otra jornada de nudos en la garganta y pucheros disimulados para los
miembros del grupo. No todos los días asiste uno a un reencuentro visual de
ese calibre.

Y eso que han sido testigos de las hazañas de Enrique, el primer ciego de su
experimento. Distingue si un cristal es esmerilado o no, si su interlocutor
sonríe o tiene los ojos abiertos, o si lleva corbata. Y si mira por la
ventana puede contar los bloques de edificios que ve e incluso el número de
árboles que los rodean.

Pero ¿cómo es posible todo esto?

Básicamente, se trata de convertir estímulos táctiles en información visual.
Información espacial, para ser más precisos. Un sensor capta las imágenes y
las transmite a un estimulador formado por cientos de pines que el ciego
toca con su mano. Mediante un programa de entrenamiento que dura catorce
semanas, el cerebro del paciente logra interpretar esos estímulos como
información espacial, y casi con un 100% de agudeza. El 40%, además,
desarrollan qualia visuales, esto es, información con características de
visión. Este fenómeno por el cual una modalidad sensorial se interpreta en
otra se denomina sinestesia, y es similar a la sensación de oír colores o
ver sonidos que se experimenta con el consumo de determinadas sustancias
psicotrópicas.

Para conseguir este resultado, el profesor Ortiz se rodeó hace tres lustros
de un equipo de ingenieros. Al principio el dispositivo era una silla de 45
kg y el estimulador cubría toda la espalda. Los primeros resultados
operativos llegaron en los tres últimos años gracias a un generoso
patrocinio de la Comunidad de Madrid y de la Fundación Esther Koplowitz. Y
gracias asimismo a un pequeño panel de genios.

Por un lado, los ingenieros de ViTact, empresa que trabaja con patentes cien
por cien españolas. Han comprimido hardware y desarrollado software hasta
fabricar una microcámara montada sobre el puente de unas gafas de ciclista y
un estimulador táctil del tamaño y peso de un teléfono móvil.

Misterios por resolver

Por otro, los neurocientíficos, psiquiatras y psicólogos que analizan
mediante técnicas de neuroimagen las respuestas cerebrales. Han creado un
revolucionario sistema de entrenamiento que es puntero y único en el mundo.

Ahora cada prototipo se fabrica individualmente y tiene un coste que puede
rozar los 20.000 euros. En producción industrial podrían comercializarse a
dos mil o tres mil euros en un plazo breve, de dos o tres años... si las
investigaciones reciben el respaldo económico preciso. Porque los trabajos
en neuroimagen, necesarios para estudiar los cambios neurobiológicos que
podrían disminuir el periodo de entrenamiento y perfeccionar el dispositivo,
son muy costosos.

Otros grupos en Estados Unidos, Canadá, Alemania, Holanda, Dinamarca, Israel
o Japón coinciden en estudiar estos mecanismos cerebrales, pero solo los
complutenses se han centrado en aplicarlos a mejorar la calidad de la vida
cotidiana de los ciegos.

“Buscábamos que pudiesen reconocer objetos en el espacio y moverse por la
calle. Hemos demostrado que a través del aprendizaje se consigue generar
neuroplasticidad en áreas cerebrales que estaban poco estimuladas a
consecuencia de la ceguera. Nuestra investigación tiene tres patas: la
científica, qué pasa en el cerebro; la tecnológica, cómo aprovecharlo; la
social, su aplicación en diferentes tipos de ciegos, distintas edades,
etc.”, explica Ortiz.

La neuroplasticidad es la creación de conexiones neuronales para desarrollar
nuevos circuitos. Esas conexiones pueden ser anatómicas... ¡o no! Porque, en
un misterio todavía por desentrañar, hay conexiones a distancia.

“Hasta en un 40 % de los ciegos se activó el córtex occipital (visual), con
qualia visuales. Ellos mismos comunicaron espontáneamente sensaciones
visuales a las tres semanas de entrenamiento. En el 60 % restante solo se
activó el córtex parietal (táctil). Pero unos y otros alcanzaron una
fidelidad en el reconocimiento de imágenes de más del 99 %”, afirma el
doctor Juan Matías Santos, uno de los miembros del equipo.

La estimulación táctil pasiva a largo plazo es mucho más veloz en el cerebro
que la activa (la que permite la lectura Braille, por ejemplo). De ahí su
interés y utilidad. “Además”, continúa el doctor Santos, “hemos descubierto
que la sinestesia obtenida así, estimulando el cerebro miles de veces, puede
ser estable. Tras abandonar el programa de entrenamiento durante un cierto
periodo de tiempo, los ciegos tardan solo minutos en recuperar sus
habilidades.

Se alcanza un procesamiento visual permanente”.

Investigadores de todo el mundo, Harvard incluida, están asombrados con
estos resultados, y Ortiz y sus colaboradores hablan con entusiasmo del
futuro.

Saben que están rozando con los dedos uno de los más viejos sueños de la
humanidad.

“Id y contad lo que habéis visto: los ciegos ven”, les dijo Jesucristo a los
discípulos de Juan Bautista, que pedían una prueba de su condición divin y
mesiánica. Aquí no se trata de eso. No hay curación, no hay milagro. Pero
Ainhoa, David y Enrique son un poquito más felices. Y tal vez un día puedan
cruzarse por la calle, sin bastón ni perro, con sus héroes de bata blanca,
reconocer su rostro y brindar por aquella primera vez que se emocionaron
juntos.

Ciegos congénitos

Desde el punto de vista de esta investigación, los ciegos se dividen en tres
grupos. Los ciegos sin experiencia visual (congénitos o víctimas de
patologías muy tempranas) y los ciegos con experiencia visual, ya sea con
pérdida progresiva (por ejemplo, por enfermedades degenerativas) o abrupta
(por ejemplo, por accidentes). Los más de cincuenta ciegos que han
completado el entrenamiento mejoraron su percepción en las áreas táctiles
del cerebro. Pero los cuatro ciegos congénitos que incluía el paper que les
publicó en agosto la prestigiosa revista científica PLoS One no tuvieron
experiencia visual: “El cerebro es un misterio. No sabemos si en su caso
vamos a conseguir alcanzar a las áreas hipoestimuladas y que tengan
qualias”, explica el doctor Ortiz. Por eso los congénitos van a ser ahora
objeto de un estudio exhaustivo por parte del equipo, merced entre otras
cosas a un acuerdo de colaboración con la Fundación Oftalmológica Hugo D.
Nano, de Argentina.

Como decía Aristóteles...

Los investigadores de la Complutense han encontrado un insólito auxilio
conceptual en uno de los mayores teólogos tomistas del siglo XX. En su obra
Percepción y pensamiento, Cornelio Fabro recuerda una intuición genial de
Aristóteles en Del alma y de santo Tomás de Aquino en sus Comentarios a Del
alma: la existencia de un órgano único de percepción en el cerebro. Los
neurocientíficos no llegan a tanto, pero sí consideran probado que en él
existen unos circuitos únicos que procesan información espacial
independientemente de la vía por la que se presente: visual, acústica,
táctil.

Fuente: http://www.intereconomia.com

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